Los cielos se abrían ante mí majestuosamente. Los rayos alumbraron el camino con flores de azahares y entendí que desde mi vientre emergía la luz de un universo nuevo gestándose de mi vida, de mi amor, de mi esperanza.
MI familia muerta en pálpitos de rocío de un fresco amanecer, de su sangre, de mi sangre de un infinito poder cósmico. Eso eres tu hijo mío. El sol, la luna, el cielo… el amor.
Tus manitas se aferraron a mí con fuerza de mil estrellas colisionando. Era madre, esa palabra temerosa y grandilocuente que todos hemos balbuceado al temer. Ese día, era yo el todo, ese techo que vamos ganado con los años, por ti y para ti. Tus pies infinitos de ternura, tus suspiros y bostezos se presentaban ante mí como un deber omnipotente y me rendía de amor, de protección.
Hijo mío, tú eres el maestro y yo la alumna, contigo he aprendido misteriosos laberintos que eran incognitos antes de tu llegada, y los vas descubriendo para mí; todos y cada uno, con tus dulces ojos azules, así, sin más… sólo tu mirada basta.