Me gusta la lluvia. Me atrapa en una melancolía que se transforma en placer. La lluvia y los días nublados me subliman casi a lo eterno, como si del color emanara goce y confort. Ni yo misma lo entiendo. En Chile el sol me agobiaba; los veranos parecían eternos y el calor me derretía en un solo bostezo.
Pareciera que en Inglaterra mi ser se acomodara a la perfección. Los interminables y repentinos días de lluvia y el sol siempre esquivo.
Miro por la ventana en la calidez de mi hogar. Miro las gotas salpicando en las flores aún abiertas, en los colores que se esparcen de este otoño incipiente. Las gotas son como pasitos salteados de cariño, de vida. Las miro y me sacuden el alama a tirones de alegría…
No estoy sola. Estoy con mi amante perfecto, el que conoce cada rincón de mi ser, el que estremece con sus dedos mis oídos, como las gotas de la lluvia estremecen mi visión; Chopin es a mí como el vino de la mejor cosecha que me toma y me arranca hasta el infinito.
El piano, la lluvia, las gotas saltaditas en tímidos bemoles. Andante, staccato volviendo a un pianísimo legato…. Mi viejo fiel amante y la lluvia en el fondo.
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